Albert Camus
(1913-1960) Escritor francés.
Frases célebres
No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar.
El instante en que ya no sea más que un escritor habré dejado de ser un escritor.
Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad.
El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas.
Los mitos tienen más poder que la realidad. La revolución como mito es la revolución definitiva.
La enfermedad es el tirano más temible.
Siempre he creído que si bien el hombre esperanzado en la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde.
Por cada hombre libre que cae nacen diez esclavos y el porvenir se ensombrece un poco más.
Crear, es vivir dos veces.
La verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente.
No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo.
En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible.
Nadie se da cuenta de que algunas personas gastan una energía tremenda simplemente para ser normales.
La necesidad de tener razón es el signo de un espíritu vulgar.
El conquistador no busca la unidad, sino la totalidad, lo que significa el aplastamiento de las diferencias.
Pensábamos que la felicidad es la mayor de las conquistas, la que hacemos contra el destino que se nos impone. Ni siquiera en la derrota nos abandonaba esa añoranza.
Hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana.
Incluso, en algunos casos, continuar, simplemente continuar, se vuelve sobrehumano.
Si bastara con amar, las cosas serían demasiado sencillas. Cuanto más se ama, más se consolida lo absurdo.
El deseo físico brutal es fácil. Pero el deseo al mismo tiempo que la ternura requiere tiempo. Es preciso atravesar toda la región del amor antes de encontrar la llama del deseo.
El que mata o tortura sólo conoce una sombra en su victoria: no puede sentirse inocente. Necesita, pues, crear la culpabilidad en la víctima.
La solidaridad de los hombres se funda en el movimiento de rebeldía, y éste, a su vez, sólo halla justificación en esta complicidad. Tendremos, pues, derecho a decir que toda rebeldía que se autoriza a negar o a destruir esta solidaridad pierde al mismo tiempo el nombre de rebeldía y coincide en
realidad con un consentimiento criminal.
Pensaba que este mundo sin amor es un mundo muerto, y que llega un momento en que se cansa uno de la prisión, del trabajo y del valor, y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón.
Porque la amistad es la ciencia de los hombres libres. Y no hay libertad sin inteligencia y sin comprensión recíprocas.