Jonathan Swift

(1667-1745) Político y escritor irlandés.

Frases célebres

Señor, quisiera saber quien fue el loco que inventó el beso.

Los mejores médicos del mundo son: el doctor dieta, el doctor reposo y el doctor alegría.

Tenemos bastante religión para odiarnos unos a otros, pero no la bastante para amarnos.

La mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante.

¡Ojalá vivas todos los días de tu vida!

La libertad de conciencia se entiende hoy día, no sólo como la libertad de creer lo que uno quiera, sino también de poder propagar esa creencia.

La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse.

Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.

Cuando el diablo está satisfecho, es una buena persona.

Ningún hombre sabio quiso nunca ser joven.

El poder arbitrario constituye una tentación natural para un príncipe, como el vino o las mujeres para un hombre joven, o el soborno para un juez, o la avaricia para el viejo, o la vanidad para la mujer.

Visión es el arte de ver las cosas invisibles.

Todo el mundo quisiera vivir largo tiempo, pero nadie querría ser viejo.

Podemos observar en la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos, estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí, estableciendo una tiranía.

Es un axioma que aquel a quien todos conceden el segundo lugar, tiene méritos indudables para ocupar el primero.

Nada es constante en este mundo sino la inconstancia.

Ningún hombre aceptará un consejo, pero todos aceptarán dinero. De donde se deduce que el dinero vale más que el consejo.

Un solo enemigo puede hacer más daño que el bien que se pueden hacer diez amigos juntos.

Apolo, el dios de la medicina, solía enviar las enfermedades. En el principio, los dos oficios eran uno solo, y sigue siendo así.