Mariano José de Larra

(1809-1837) Escritor español.

Frases célebres

Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.

Un pueblo no es verdaderamente libre mientras que la libertad no esté arraigada en sus costumbres e identificada con ellas.

Los madrileños se acercan al circo a ver un animal tan bueno como hostigado, que lidia con dos docenas de fieras disfrazadas de hombres.

El sentimiento es un flor delicada, manosearla es marchitarla.

La verdad es como el agua filtrada, que no llega a los labios sino a través del cieno.

Hay cosas que no tienen solución, y son las que más.

Por grandes y profundos que sean los conocimientos de un hombre, el día menos pensado encuentra en el libro que menos valga a sus ojos, alguna frase que le enseña algo que ignora.

¡Bienaventurados los que no hablan; porque ellos se entienden!

El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer.

En este triste país, si a un zapatero se le antoja hacer una botella y le sale mal, después ya no le dejan hacer zapatos.

La inteligencia ha sido en todos los tiempos la reina del mundo y ha vencido las preocupaciones.

La modestia no es otra cosa que el orgullo vestido de máscara.

En el matrimonio es preciso contar con cualidades que resistan, que duren, y las grandes pasiones pasan pronto; al paso que una condición apacible en todos tiempos es buena.

Las circunstancias hacen a los hombres hábiles lo que ellos quieren ser, y pueden con los hombres débiles.

¡Bienaventurado todo aquel a quien la mujer dice "no quiero", porque ése, a lo menos, oye la verdad!

Los amores más duraderos son aquellos en que uno de los dos amantes es extraordinariamente celoso.

En punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere.

Muchas cosas me admiran en este mundo: esto prueba que mi alma debe pertenecer a la clase vulgar, al justo medio de las almas; sólo a las muy superiores, o a las muy estúpidas, les es dado no admirarse de nada.

¿En dónde ve el pueblo español su principal peligro, el más inminente? En el poder dejado por una tolerancia mal entendida.

Generalmente, se puede asegurar que no hay nada más terrible en la sociedad que el trato de las personas que se sienten con alguna superioridad sobre sus semejantes.

Y el gran lazo que sostiene a la sociedad es, por una incomprensible contradicción, aquello mismo que parecería destinado a disolverla; es decir, el egoísmo.

Ley implacable de la naturaleza: o devorar, o ser devorado. Pueblos e individuos, o víctimas o verdugos.

Las teorías, las doctrinas, los sistemas se explican; los sentimientos se sienten.

Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta.